la crítica que más me ha dolido



aprendiendo a gestionar las emociones



Siempre me han fascinado las cantantes de jazz. Etta James, Natalie Cole, Aretha Franklin...


La primera vez que canté un estándar de Jazz en un concierto, fue cuando estaba empezando a estudiar música. Era bastante intrépida, y lo primero que hice cuando empecé a estudiar, fue organizar un concierto para cantar mis canciones y algunos estándares de jazz para mis compañeros y profesores, para final del semestre.


Durante ese semestre escribí las canciones y me dediqué a preparar el concierto. Recuerdo que mi profesor de piano se enojó porque no lo había consultado antes de organizarlo, que los demás profesores me felicitaron, menos uno que aunque no recuerdo sus palabras, no eran nada bueno... pero que en algún momento, trató de darme un beso en un examen individual, lo que me hace dudar de la objetividad de su opinión... Esa es otra historia. Mis compañeros me acompañaron a tocar... Fue bastante pintoresco. Hoy me divierte. Me parece lo máximo esa niñita que se vistió además con unas medias de malla con ligas y un sombrero, como una cantante de cavaret.


Pocos días después, recibí un mensaje de una cantante que admiraba mucho. Una de esas mujeres con voz potente y hermosa. Me decía que cómo me atrevía, que yo no pertenecía a ese mundo, que era una falta de respeto para el jazz, que mejor fuera una modelito. Pocas opiniones han dolido tanto...


Uno crece y pasa fácilmente de largo el qué dirán, o por lo menos, tiene cada vez menos peso, pero en ese momento no. Me sacudió. ¿Qué resentimiento podría tener esta mujer hacia alguien que además, la admiraba? ¿Quién le había dicho que la música le pertenecía, para decidir quién pertenece y quién no? ¿De dónde salía una opinión que solo pretendía dañar? Recuerdo preguntarle muchas de estas cosas. Nunca le respondí con rabia, solo con dolor y curiosidad, y con la convicción de que no iba a permitir que me robaran algo que era importante para mí.


En ese momento, mis entrenamientos de artes marciales eran mi terapia. Ella no era un adversario. Seguro tenía sus propios demonios internos, o dijo algo sin pensarlo mucho. El adversario eran mis propias emociones y reacciones a lo que sabía que era normal en la vida: las opiniones de los demás.


Me prometí volverme una guerrera, fuerte, difícil de derrumbar. Después de eso, obviamente me han hecho críticas, pero nada que se quede retumbando en la cabeza o en el corazón.


Lo primero que uno tiene que entender, es que el peso que damos a los halagos es el mismo que damos a las críticas. Y eso no lo podemos evitar. Aprender a ir ligeros, sin depender de la opinión de los demás significa aprender a manejar el ego y encontrar la satisfacción en el presente, en las notas que vamos cantando, en la canción que vamos escribiendo; no en búsqueda de halagos. Las emociones son nubes pasajeras. Lo que dicen los demás, así suene a frase obvia, no importa.


Mi relación con el jazz volvió a sanar con el tiempo, con encuentros bonitos con maestros y amigos, en talleres, clases, conciertos... Incluso con ella conversé años después. Ahora es una anécdota más.


Hoy, con mis estudiantes, cuando veo su proceso, sus dudas, su entusiasmo, sus logros, sus dificultades; me recuerda lo fácil que es causar dolor en un proceso de formación, y lo importante que es la terapia para un soñador. (Llámese artes marciales, psicólogo, meditación, yoga...). Me lo tengo que recordar con bastante frecuencia.