cambio de planes



un torneo - un proyecto de residencia artística



Recuerdo cuando era cinturón azul de taekwondo. Parte del examen para ser cinturón rojo era ir a un torneo de combate. No sé si han visto un torneo de combate de taekwondo - da miedo solo verlo e imaginar que uno está ahí- ... Las patadas a la cara valían dos puntos, las patadas con giro y a la cara valían tres puntos, las patadas con salto y a la cara valían más... No eran como los de Karate, que por cada punto, paraban, contaban para empezar de nuevo... En los torneos de taekwondo eran varios "rounds" como de tres minutos seguidos, que parecían una hora... y además, se podía ganar por "knockout!


Cuando era cinturón verde, me llenaba de orgullo cuando todos mis amigos hombres estaban cansados del entrenamiento físico, y yo no. Tenía un estado físico increíble. Era mucho más flexible y veloz que todos en el grupo... Pero cuando llegaba el momento del combate, me daba tanto miedo, que iba al baño tratando de que nadie lo notara, me escondía, me vestía y me iba. No puedo explicar el pánico que sentía.


Para ese torneo de examen de cinturón rojo entrené seis horas al día durante poco más de un año. Entre otras cosas, fui a cascadas con agua helada en Guarne en la madrugada y hacía fórmulas adentro del agua, para calmar la mente. Tenía unos entrenamientos físicos que hoy no entiendo cómo pudo aguantar mi cuerpo, sin una sola lesión o consecuencia en el metabolismo, porque además llevaba una dieta baja en calorías (siento una gratitud infinita con él y tengo una promesa de nunca más cometer esos excesos).


Yo estaba en mi propio "Karate kid mood", viendo Kill Bill, rompiendo tejas con los puños, practicando hasta en los sueños, leyendo sobre la física de los movimientos, el control de la mente, los límites del cuerpo, la diferencia entre superar el dolor y entender cuándo hay daño, el "no dudar", encontrar y dominar el lado oscuro, para poder no dejarse dominar por él, viendo videos de Bruce Lee... Cuando les digo que la película era enserio, ¡era en serio!


Es este punto, cuando entrenaba no sentía miedo en los combates... bueno sí, pero diferente, y mucho menos.


Llegó el día del torneo. Estaba lista. Lo sentía. Nadie estaba entrenando más que yo. No era posible. Tal vez igual. Pero no había nada que no hubiese hecho. El nivel de disciplina que alcancé es increíble. Estaba lista y con un deseo profundo y muy fuerte por demostrarlo. Lista para no dudar. Tenía dos patadas que eran mi fuerte y que hacía 500 veces con cada pierna, todos los días. Meditaba media hora por la mañana y media hora por la noche. Llevaba un diario del entrenamiento.


El torneo era en un coliseo del estadio de Medellín, cerca a la zona de las piscinas, creo recordar. Mi turno era a las 2 PM. Cuando llegué... Me parece todavía increíble. Mi entrenador había confundido la hora, y no era a las 2 PM, sino a las 12 M. Quedé descalificada... Era un torneo internacional. No era que pudiera inscribirme pronto a uno similar.


Este virus es el entrenador que confundió la hora del torneo y me hizo descalificar.


Para este proyecto, estaba lista. Me preparé con la misma pasión, y tenía el mismo deseo por demostrarlo. Un proyecto hermoso y un reto creativo grande. Llevaba un año y medio planeando los posibles caminos creativos. Tenía documentos, audios con progresiones, ideas melódicas, ideas rítmicas, libros subrayados, cursos terminados, aplicaciones de diferentes escalas, ejercicios para la libertad creativa, juegos para grupos, meditaciones que hacía y elegía o no, ejercicios del Tao de la voz (libro muy recomendado para los cantantes), ejercicios del Arte de respirar (otro libro muy recomendado para los cantantes y los deportistas)... Estudié, practiqué, me preparé con todo el detalle que pude. Estaba lista.


En ninguno de los dos casos sentí que lo que había pasado estaba mal. Sí, sentí tristeza, me sentí desestabilizada por un momento; pero la tristeza no es mala y el equilibrio es una búsqueda constante. Un árbol se desestabiliza con la tormenta, pero sus raíces no se desprenden. El sentimiento de gratitud y de auto-valía que uno logra cuando es disciplinado, nada ni nadie se lo puede llevar. Esas son las raíces que lo sostienen a uno fuerte. Lo que pasa afuera, no importa, porque no lo puedo controlar. Lo que pasa adentro, los caminos que elijo, cómo uso mi tiempo, como reacciono a lo impredecible, sí.