Acá estoy otra vez. Frente a la hoja en blanco que va llenándose poco a poco de palabras que aunque tienen miedo, aparecen. Veo con admiración su coraje. Han estado encerradas tanto tiempo que sé que es irrespetuoso y hasta un poco violento pedirles que salgan. Es como una videollamada sin anuncio que ellas contestan. Salen con torpeza, con dudas, tímidas y un poco dormidas.
No sé cómo empezar a hablar de mí, porque de eso se trata, ¿o no? No sé qué decir, no sé si vale la pena, no sé cómo, no sé si quiero enfrentar lo qué está pasando adentro, no sé en qué montaña emocional estoy ni cómo fue que resulté aquí, solo sé que hay abismos.
Llevo varios meses sin escribir para despejar el cielo. Hay tantas nubes y tan cargadas de lágrimas que si abro las puertas a mi interior, la tormenta tal vez no tenga precedentes. No estoy lista para eso y tal vez no sea necesario por hoy. Observo la tempestad a través de una ventana con un chocolate caliente, acariciando a mi gata y envuelta en una cobija.
Cuáles nubes están rotas y por qué, es algo que no sé, ni busco, solo permito que lleguen y estallen cuando ellas quieran. Yo solo estoy aquí para despertar las palabras y despejarnos el camino.