FINLANDIA
ESTAR VIVA
¡Qué lindo cantan! Sus voces se elevan por el espacio; sutiles, flotantes, coloridas, misteriosas y sonrientes. Hay en el salón contiguo un niño de unos seis años que pasa el tiempo aprendiendo inglés con un juego de patos, en una pantalla de televisión de esta escuela pública llena de salones espaciosos, sofás para dormir, y todo tipo de instrumentos musicales. Son las 8 pm. Acabo de terminar mi sesión con el coro de mujeres.
En Finlandia todas las escuelas son públicas. Cuando un nuevo bebé llega al mundo, el estado lo recibe con una cajita en forma de cuna que incluye manuales, pañales, leche, y todo lo necesario.
La vida aquí es silenciosa, simple, rica en cultura, respeto por el otro, amor por la naturaleza, y de una belleza sobrecogedora.
Hoy, en el círculo de canto con el coro de niños, uno de ellos, de los más grandes, se atrevió a improvisar conmigo. Pude sentir que fue para él, un salto. Vi como su mirada dulce y tímida se llenaba de brillo. Es de las cosas más hermosas que he vivido. Ser capaz de producir esto en ellos es mágico.
Ha pasado un día. Estoy sentada en la Biblioteca de Rauma - Finlandia. Tengo en la cabeza la tonadita de “Piippolan Vaari” (Old Mc Donald…). Hace un momento estaba escuchando Lullabies infantiles en Finlandés.
Hace poco menos de 10 días estaba en la Biblioteca de Doha - Qatar, leyendo sobre el hombre primitivo, las diferentes formas de la mandíbula que viene (según el autor de uno de los libros), de las dietas de cada cultura, y su relación con los idiomas y con la forma de cantar y de hacer música.
Hace 20 días estaba paseando por el Museo del Prado, llorando de emoción al pensar en que varios pasillos con pinturas de paredones enteros, rebosantes de color - que viven, respiran, lloran y cuentan tantas historias-, habían sido pintadas por una sola persona. A veces el ser humano es hermoso.
No sé nada de la vida. Antes pensaba tener ciertas cosas claras, o ciertos temas que consideraba mis búsquedas vitales… Hoy mi vida son una cantidad de sabores, olores, colores, sensaciones internas, combinaciones hormonales, combinaciones de palabras, de melodías, de conceptos, de conexiones, de desconexiones, de ilusiones, de desilusiones, de preguntas por descubrir.
Estoy en un puente a una nueva forma de ver el mundo que aún no entiendo. Ha pasado un mes desde que tomé el vuelo Medellín-Madrid. Un mes que parecen años, por la cantidad de experiencias que contiene. Tengo una sensación de cierre y una sensación de inicio. Como cuando terminé la universidad, como cuando dejé mi trabajo, como cuando terminé una relación muy larga.
Hay días en los que es difícil saber qué está bien y qué no. De unas dudas existenciales que hoy miro desde la distancia y que no entiendo muy bien, que seguro vendrán otro día de visita, pero que difícilmente se quedarán conmigo, porque ya no tienen mi atención. Son básicas y pretenden ser profundas.
Hoy me parece obvio que las cosas están bien cuando hay sonrisas. A veces las cosas superficiales y sin importancia gritan y se disfrazan de importantes. Como el purismo, el perfeccionismo -que es casi siempre, miedo-, las críticas malintencionadas o los falsos halagos virtuales que buscan otro falso halago de vuelta.
Hoy está claro que es el amor, la felicidad que sea capaz de brindar a mí misma y a los demás, lo único que importa. Los conciertos, que son el resultado de esta residencia, pierden importancia como suceso aislado. Serán el reflejo honesto de un proceso, de una mujer aprendiendo a vivir, abriendo sus alas sin miedo a que se las rompan, sin miedo a nadar en aguas heladas y desconocidas, con cierto gusto por el frío y por lo incierto, que está viva, y que por esta razón, es imperfecta.