el mundo en pausa



desde un cuarto en el viejo rauma



Lo que más extraño del apartamento en Medellín es el sonido de los pájaros y del viento. Siempre me ha gustado el silencio, pero nunca lo había experimentado de esta forma; tal vez en un estudio de grabación durante unas horas, pero no por días. Acá las casas están aisladas del ambiente, por el frío, y eso hace que estén insonorizadas.


Veo gente pasar y hablar, pero no escucho pisadas o voces. Pasan los carros, vuelan los pájaros, se mueven las ramas de los árboles. Todo se ve cerca, a través del cristal, pero no se escucha nada. Es como ver una película muda. He querido poner sonidos de pájaros en los parlantes, pero me he resistido en un ejercicio de aceptación del presente.


Me gusta caminar por las calles. El viento es fuerte y frío porque Rauma está cerca a la costa. Hay muchos pájaros. Cantar por las calles es cantar para regalar las melodías al viento; las toma para él solo, se las lleva.


Los fineses, o por lo menos, en el viejo Rauma, son muy románticos. Tienen fama de fríos y poco amables, y pueden serlo, pero no hay nada que me parezca más romántico que las ventanas con porcelanas, flores, luces o coloridas esculturas, las bicicletas con sus canastas llenas de adornos, las puertas de sus casas con nomos. Hay un museo cuya artista viaja por el mundo y a veces viene y abre las puertas de su casa. Desde la ventana se ven unas obras llenas de nostalgia en colores pastel. No he alcanzado a visitarlo y espero que la crisis me lo permita. Me han contado que la artista, que pensé que tenía una edad cercana a la mía, tiene 78 años.


Caminar por Rauma es lo más parecido que he estado de caminar por la comarca. También he intentado sonreír a los extraños -no de manera muy obvia o invasiva o irrespetuosa-, sino ligeramente tímida y natural, y siempre he recibido una amable sonrisa de vuelta.


Hoy estoy en el apartamento. Tengo gripa y en época del Coronavirus, es lo que hay que hacer. Todo de repente se volvió extraño. Madrid hace un mes era una fiesta, Qatar hace quince días era una fantasía oriental. Finlandia hace cuatro días era el paraíso. Encuentro a Suecia, Rusia, Francia, Polonia, Holanda... con las puertas cerradas.


El mundo está en pausa. Nos ha pedido un descanso. ¿Cuándo podré volver a cantar? ¿Cuándo podré volver a viajar? ¿Cuándo podré volver a compartir con la gente?


Estoy acostumbrada a estar en casa. La mayoría del tiempo mi vida es muy sencilla, aunque esté hoy de viaje. Me ha tocado aplacar al corazón aventurero y loco por recorrer las calles, los museos, los bares, y seguir creando desde un rincón cálido de esta residencia. Volver a ser un ermitaño.


Las escuelas han parado. Los bares han parado. Conciertos con boletas impresas, seguramente cancelados... Como tantos artistas, pequeños, medianos y grandes, tenemos proyectos que no podremos hacer realidad, no como lo planeamos, que es ya una tarea larga y difícil. Tendremos que adaptarnos. A nivel creativo, está todo muy bien, las crisis fomentan la creatividad; pero los conciertos que tenían un pago, y que cuesta tanto planear para que funcionen, ya no se harán.


Y sin embargo, soy afortunada. Sé que estar segura, sana, en un lugar cómodo, y poder asumir la crisis desde el deseo de no perder la alegría y no desde el desespero por sobrevivir, es una suerte. También sé que esta crisis, aunque tan extraña; es temporal, y que el mundo volverá a abrirse a la humanidad. Las playas, el desierto, los museos, el océano, la selva, los escenarios, los bares... Sé que estaremos cada vez más a la altura. Creo en el poder creativo, amoroso, y en la belleza de los seres humanos. Lo veo en el arte, lo escucho en la música. Lo valemos. La maldad, la fealdad del alma de algunos seres, es la excepción, es la parte enferma de la humanidad, pero la humanidad sana lo vale.


Espero que esta crisis nos traiga otro nivel de conciencia; ya nos está mostrando que todos somos igual de vulnerables ante la naturaleza.